En días pasados sentí la necesidad de darme un break de mis hijos. No me malinterpreten, los amo como nadie y disfruto mucho el tiempo en que estamos juntos. Pero justamente porque los amo, necesitaba un espacio para mi, para pensar, sentir y encontrar mi balance. Llevaba días sumergida en un círculo vicioso; con pésimo humor e irritabilidad. Soy una persona que difícilmente sabe parar, por ello mi hiperactividad me ha llevado a alcanzar unos niveles de cansancio físico y mental que jamás había experimentado.
El parto y el puerperio son momentos fundamentales de nuestra existencia, donde tocamos el misterio más profundo de nuestra vida. Momento que la mayoría de veces viene acompañado de crisis y de experiencias vitales que nos llevan al encuentro con lo más profundo de nuestra identidad. En esta etapa es muy difícil decidir darnos un espacio, cómo mamás queremos abarcarlo todo, pues creemos que nadie lo puede hacer mejor que nosotros. Pasan los años y seguimos envueltas en la crianza de nuestros hijos, acumulando alegrías y al mismo tiempo una que otra frustración por no poder hacer algo que nos mantenga de pie y nos permita abrazar nuestra vida en completa felicidad.
El fin de semana pasado, me aventé un clavado hacia mi interior explorando sensaciones que no conocía. Me topé con gente maravillosa con quienes compartí largas pláticas, entrenamientos duros para el cuerpo y la mente, donde dormí de corrido y comí delicioso y caliente. Definitivamente todo eso me trajo de vuelta.
Fue un momento privilegiado para caminar hacia mi propio interior y decir con alegría: ¡Estoy aquí!
Aún la persona más tranquila y sana mentalmente de este planeta, necesita un descanso, ¿no creen?
Lo que me queda claro es que desde el día que lo hice recargué mis energías y estoy más cerca de la esposa y madre que quiero ser.
